Dibujos, Esperanzas y Quevedos

Siempre he dibujado. Desde que tengo uso de razón. Me recuerdo en mi infancia  gastado cuadernos y papeles, lisos, de cuadritos o dos rayas, fundiendo bolígrafos, invirtiendo el dinero de mis cumpleaños y santos en grafitos Faber Castell, Plastidecores, lápices de madera Alpino, rotuladores Carioca, ceras Manley, acuarelas y temperas Jovi (que malas eran).

A parte de dibujar siempre, otra de mis constantes ha sido lo desordenado que soy, por lo que no conservo los dibujos de mi infancia ni de mi primera adolescencia, y no fue hasta enero del 96 qué comencé a guardar los dibujos de manera metódica. 

A partir de ese año, empecé a  comprar paquetes de 500 folios, a-4, los encuadernaba con espiral y ya todos mis dibujos, ordenaditos, iban quedando uno detrás del otro ya fueran a lápiz, tinta china a pluma o pincel, acuarelas o lo que pillara.

Habiendo completado unos cuantos cuadernos, empecé a dibujar en folios sueltos y cuando juntaba un taco de grosor aproximado, me llegaba a la copistería a que los encuadernaran.

Cuando llegué a la facultad diversifiqué el formato y empecé a juntar a-3. Acumulaba una montaña en a-4 y otra en a-3, pero siempre fechando cada dibujo y en riguroso orden.

A partir de un indeterminado momento, dejé de poner la fecha, de encuadernar los dibujos, de mantener las  montañas organizadas... Creo que todo empezó a volverse complicado cuando empecé a acumular tablas.

Las diversas mudanzas de Sevilla a Chiclana moviendo tal cantidad de material, fueron barajando los papeles y aquello se convirtió en un auténtico caos de papel acumulado. 
Cuando volví definitivamente a Chiclana, el volumen empezó a aumentar alarmantemente y el orden que hacía unos años me permitía recordar sentimientos, circunstancias, acontecimientos y proyectos, pasó a transformarse en una jungla de imágenes tan distintas como iguales que al repasarlas me permitían encontrarme con alguien que fui yo y que nisiquiera reconocía.

Es una sensación tan desconcertante como agradable (a veces...)

El año pasado, en un intento de encontrarme a mi mismo, inventé volver al cuaderno y compré varios para intentar adaptarme a una cierta disciplina de nuevo. Fracasé estrepitosamente. 

Por diversas circunstancias, empecé, tres cuadernos que dejé sin terminar al poco tiempo: dos de tamaño a-4 y uno en a-5, al tiempo que seguía acumulando  páginas sueltas tanto en a-3 como en a-4. 

Desde que he empezado a actualizar el blog últimamente, he ido subiendo bocetos de los de las hojas sueltas pero a partir de mañana quiero ir subiendo las páginas ordenadas del cuadernito. Tendrá unas veintitantas páginas dibujadas de momento, así que iré completándolo poco a poco al tiempo que las voy publicando.

Toda esta historia del cuaderno, para mí es muy importante porque, aunque me licencié en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla y me preparé para entrar con diversos profesores, me considero autodidacta, ojalá no lo hubiera sido, y lo mucho o poco que haya aprendido, lo he hecho a través de dibujar estos cuadernos (u hojas sueltas), conservarlos y poderlos repasar. 

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Esta disciplina de acumular dibujos, aunque sea de esta forma tan caótica, empezó como decía,con 1996.

En las navidades de 1995 estaba en COU y  el conflicto con mis padres por querer estudiar Bellas Artes, llegó a un punto límite. No tenía ningún interés en hacer otra cosa que dibujar y mis notas de ese trimestre dejaban claro mi pasotismo en clase. La cosa estaba al rojo vivo: discusiones, malas caras, presión continuada...

Un día, en los pasillos del Tuto me encontré con la que había sido mi profesora de dibujo en 1º BUP y de diseño en 2º y 3º: Esperanza Añino Mas. 

Esperanza era una mujer entrañable, se jubiló aquel año, con sus 65 cumplidos, pero era más joven mentalmente que la mayoría de las personas que me he encontrado. 
Desde que me vió dibujando se volcó en darme consejos, me enseñó perspectiva (por fin se desvelaba el misterio) cuando mis compañeros de clase estaban todavía resolviendo los problemas de cómo construir un pentágono. 
En 2º y 3º, en diseño,  me sentaba  en su mesa junto a ella, y me ponía a que dibujara lo que me diera la gana mientras ella a boli esbozaba sus increibles mujeres voluptuosas de pies y manos gigantescos y se dedicaba a picarme para que dibujara y dibujara las locuras que se me ocurrieran, y me hablaba de Tetuan, donde nació y de la escuela de Bella Artes de Sevilla donde estudiaban 15 alumnos en sus tiempos.
Ella fue el primer docente que prestó atención a mi formación artística, aún habiéndo destacado siempre como dibujante... Le guardo un gran cariño y respeto.

El caso es que me encontré con Esperanza y le conté como estaba la cosa por casa y ella se indignó muchisimo y me dijo que ella hablaría con mis padres para convencerlos, cosa que hizo.

A partir de esa charla cambió el rumbo  de los acontecimientos.

Para entrar en Bellas Artes había que realizar una prueba de acceso consistente en un dibujo de estatua clásica a carboncillo y, a veces también, una prueba libre. Aquello era terrorífico y yo no tenía ni idea de como enfrentarme a semejante exámen.
Si iba a estudiar Bellas Artes, aparte de terminar COU y sacar la prueba de Selectividad,tenía que ir preparado.
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Empezó el nuevo año. Mi única referencia a parte de Esperanza, que no podía prepararme, era Carlos Quevedo, compañero y amigo desde el colegio que tenía un hermano licenciado en la facultad hacía unos años. Tras ponernos en contacto, quedamos una tarde en su casa para prepararme para la prueba. Fue el principio de una odisea que no acabo con Enrique ni en ese año...

Enrique Quevedo era (es) un tipo alto, de pelo ensortijado, barba y una voz grave. Un hombre serio. Muy formal. Yo no había ido nunca  a casa de Carlos , ni conocía a Enrique, y recorrer aquellos pasillos plagados de cuadros  y esculturas de figuración geometrica  fue impresionante.
En un cuarto que usaba de circunstancial estudio, charlamos por primera vez y me enseñó diapositivas con sus trabajos, rigurosos dibujos de anatómia, impecables estudios, cuadros...
La dinámica de las clases consitiría en vernos una vez en semana para corregir la tarea que me pusiera en cada encuentro. 
Como no tenía estatua,que pudieramos usar de modelo, inventó que dibujara a partir de reproducciones de los frescos de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel y otros renacentistas, atendiendo a las masas de las figuras, sin preocuparme del detalle ni de la anécdota sino del volumen. 
En aquellos años, los libros de arte valían un disparate. No era como ahora que en cualquier feria del libro te encuentras a clásicos, modernos y posmodernos a precios populares o regalados con la prensa. Enrique me dejó unos cuantos libros para que los cuidara como oro en paño, donde pude descubrir las imágenes que hoy a golpe de click encuentras en la web en segundos, pero que no existían ni en los libros de texto, ni en las bibliotecas ni fundamentalmente enlas paredes de mi casa. 

Ese día, me aconsejó que empezara a llevar un cuaderno ordenado en el que debía dibujar a diario que me sirviera para observar mi evolución, probar técnicas, hacer apuntes del natural, de ideas...
Con esa conversación empezó todo.

En las sucesivas clases, Enrique examinaba mis dibujos a carbón hechos sobre papel de embalaje, me daba consejos en un plano muy abstracto, dejándome hacer las cosas a mi modo, sin intentar que hiciera las cosas como él la haría, me hablaba de Kandinsky y aguantaba mi chaparrón de preguntas sobre todo lo que se me ocurría. Fueron conversaciones muy importantes para mi que me dieron una perspectiva crítica (tambien amarga) sobre lo que luego me encontraría en la facultad, sobre la creación, sobre el trabajo artístico... 
Aquellas clases/conversaciones duraron hasta el verano, al poco se fue a Barcelona, y a partir de entonces perdimos el contacto. Tan solo sabía de él a partir de Carlos. Volvió a Sevilla donde vive y trabaja.
Nos hemos encontrado algunas veces de forma casual, luego en su exposición en Chiclana, justo antes de la mía. Su obra ha caminado progresivamente a una mayor abstracción, aún más geométrica. Siempre ordenada, limpia y racional.
Aunque mi obra no tiene nada que ver con la de él, somos personas muy distintas (hasta donde sé), hay una serie de aspectos fundamentales que me han influido enormemente.
Guardo un gran respeto y afecto por Enrique, tanto en lo artístico como en lo personal.

A Esperanza, no volví a verla desde que salí del instituto hasta que no volvía a Chiclana en 2002. Me la encontré por la calle y le pregunté si se acordaba de mí:
-¡Arizita! ¿Cómo no me voy a acordar de tí?
Al año siguiente intenté localizarla para invitarla a que asistiera a la exposición colectiva que montabamos, Maria Jesús Periñán, Carlos Quevedo y yo, pero nadie me cogió el teléfono. Nunca más la volví a ver. Me enteré que falleció el año pasado. Lo sentí mucho. Era una mujer con una gran vitalidad, coraje y optimismo, aún habiendolas pasado canutas.

Esperanza...


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